Portada » Iniciativas » Premios » Medalla Richard H. Driehaus a la Conservación del Patrimonio » Premiados » Antonio Almagro y Antonio Jiménez
Medalla Richard H. Driehaus
2019
La ciudad histórica de Albarracín está situada en el occidente de la actual provincia de Teruel, sobre una loma abrazada casi por completo por el río Guadalaviar. Llegó a ser capital de un reino taifa y fue un importante centro político durante el resto del Medievo, convirtiéndose en sede catedralicia en el siglo XII. Ya en el siglo XX comienza una etapa de retroceso económico y demográfico que supuso la ruina de gran número de sus edificios y que no pudo contenerse hasta las últimas décadas del mismo, cuando precisamente gracias a su patrimonio y al trabajo que aquí presentamos se estabilizó nuevamente su población y comenzó su recuperación económica.
En 1961 es declarado Monumento Nacional. Es a partir de ese momento cuando la Dirección General de Bellas Artes comienza una labor de consolidación progresiva de esos edificios arruinados y cuando comienza con ello la recuperación de la ciudad.
Al frente de estos trabajos estuvo Antonio Almagro Gorbea, quien empezó a intervenir en Albarracín en 1971, al terminar sus estudios en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Continuó con esta labor ya como Arquitecto de Zona de Aragón de la Inspección Técnica de Monumentos y Conjuntos Histórico Artísticos, función que desempeñó desde 1975 a 1984. Estas intervenciones iniciales consistieron básicamente en consolidaciones estructurales y reparaciones de cubiertas que contuvieran el deterioro progresivo de los edificios en peor estado. Además, se desarrolló una normativa que buscó dificultar todo lo posible que los edificios deteriorados pudieran ser declarados en estado de ruina, lo que hubiera facilitado su posterior derribo y sustitución. Eso permitió que más adelante y también gradualmente los propietarios de los mismos fueran rehabilitándolos interiormente para volver a utilizarlos. Se trata, por tanto, de un trabajo continuado durante largo tiempo, regenerándose poco a poco el tejido urbano existente.
Se partió en todo momento de la premisa de respetar en estas reconstrucciones la estructura urbana histórica de Albarracín, así como su volumetría y los materiales tradicionales que componen su arquitectura característica: la piedra, la madera y el singular yeso rojo local. Este último material, tan resistente que se ha utilizado profusamente como revestimiento exterior, y muy deformable, siendo capaz por tanto de absorber los movimientos de la madera, es el que dota a Albarracín de sus conocidos tonos rojizos. Para lograr mantener su uso en las nuevas intervenciones, Antonio Almagro impulsó la recuperación de los hornos de cocción de yeso del lugar y la reactivación de su fabricación a la manera tradicional, pues sus prestaciones probaron ser muy superiores a las de los yesos industriales y es un material de barata y poco contaminante producción y abundante en el propio sitio.
Se recuperó también en aquella etapa la silueta de la muralla, elemento fundamental en este proceso por su importancia en el perfil de la ciudad. Para ello se reconstruyeron los tramos perdidos y se recuperaron su altura y su almenado originales.
Además, estas intervenciones incorporaron todos los avances existentes en materia de documentación del patrimonio, siendo Albarracín el primer conjunto histórico español que contó con una documentación completa realizada con técnicas de fotogrametría.
Recogió el testigo la Fundación Santa María de Albarracín, creada en 1996 y dirigida desde un primer momento por Antonio Jiménez. Se fundó tras la organización de dos escuelas taller que generaron numerosos puestos de trabajo y que permitieron rehabilitar el antiguo Palacio Episcopal, sede de la Fundación, el Palacio de Reuniones y el Museo Diocesano. Este impulso inicial permitió después profesionalizar el programa y crear un plan de acción integral.
El trabajo de la Fundación engloba fundamentalmente tres líneas de actuación: la restauración de los bienes muebles e inmuebles de Albarracín, el principal activo del lugar; la programación continuada de actividades culturales que contribuyen a revitalizar la población y que incluyen conciertos, exposiciones, cursos y seminarios organizados durante todo el año y para los que la Fundación cuenta con sus propias residencias; y la gestión de todo el patrimonio rehabilitado, incluyendo su mantenimiento.
Este excelente trabajo ha sido reconocido con un buen número de premios nacionales e internacionales y es un reconocido referente para muchos profesionales.
Hoy las normativas técnicas de la construcción dificultan cada vez más la construcción con materiales tradicionales. Estas normas excluyen generalmente de toda regulación cualquier producto o solución constructiva no industrializados, a pesar de su más que probada calidad y muy superior durabilidad. Pese a ello, se mantienen en lo posible los criterios de restauración marcados por las intervenciones precedentes.
Al mismo tiempo, el éxito de lo realizado hasta la fecha ha sido tal que actualmente Albarracín se ha convertido en un reclamo turístico de primer orden, con las ventajas e inconvenientes que esto supone para la vida en la ciudad. Se hace por ello acuciante la regulación y limitación de este flujo de visitantes, cuestión en la que trabaja hoy activamente la propia Fundación.
Pese a estos incipientes problemas, este trabajo de varias décadas ha convertido a Albarracín no sólo en un conjunto arquitectónico armónico, sin estridencias, ni siquiera en su entorno próximo, y en un excelente estado de conservación, sino también en una ciudad que puede volver a mirar con optimismo hacia el futuro y que ha salido del abismo demográfico en el que siguen cayendo numerosas regiones del interior de la Península Ibérica.